Un clamor inunda 40 ciudades del Estado español: la lucha por la sanidad pública exige expulsar a la empresa privada. Coordinadora Antiprivatización de la Sanidad (CAS)
Una explosión de pueblo ocupó las calles y plazas de 40 ciudades del Estado por primera vez desde que se decretó el Estado de Alarma. Y lo ha hecho espléndidamente, recuperando la independencia de clase, adueñándose de las verdades que todos los poderes callan, acusando al capital de la responsabilidad por miles de muertes evitables y a las fuerzas políticas de diferentes colores que desde gobiernos y parlamentos les han abierto las puertas para que ejecutaran el crimen.
Ha sido el encuentro de dos procesos:
- Uno largo, con 16 años de lucha constante de la Coordinadora Antiprivatización de la Sanidad (CAS), oscura, barrio a barrio, pueblo a pueblo. Una lucha silenciada sistemáticamente porque denunciaba al mismo tiempo al PP y al PSOE y a las derechas nacionalistas – que con sus votos apoyaron la Ley 15797 que permite la entrada del capital privado en la sanidad – y a la complicidad de sus satélites sociales y sindicales, convenientemente subvencionados. Un combate titánico que se ha enfrentado a los dueños de los medios de comunicación y a sus títeres.
- El otro más reciente, construido por la sabiduría popular, en medio del dolor y el miedo por la pandemia. La reivindicación de la sanidad pública, que se fue abriendo paso en cada barrio y en cada pueblo, esgrimida por la gente como un arma frente al esperpento de la extrema derecha, evitó – en una edición actualizada del “No Pasarán” – que los fascistas ocuparan sus calles. Al tiempo, los aplausos que bajaron de los balcones a los centros sanitarios, se fueron constituyendo en germen organizativo, al tiempo que se abría paso la acusación al binomio privatización – desmantelamiento de la sanidad pública, del dolor y la muerte que se abatía sobre los barrios obreros.
Y a pesar del miedo, del silencio mediático y de la manipulación informativa muchos miles de personas, con sus mascarillas, con su distancia de seguridad, de todas las edades – aunque por primera vez predominaba la juventud, las calles de Madrid (esta vez los “barrios altos”), se han inundado de pueblo. Del pueblo diverso, en el que destacaba una nutrida representación de jóvenes “sin papeles” – aplaudidos a rabiar -, de mucha gente que venida de los pueblos, se tragaba el miedo y se subía por primera vez a un transporte público, la gente del Metro y de la EMT con un papel destacado en toda la logística de la manifestación, los “riders”, currantes de todo tipo, de pensionistas, y – cómo no – muchos trabajadores y trabajadoras de la sanidad.
Junto a CAS, convocaban la manifestación la Plataforma por un Plan de Choque, la Plataforma de Centros de Salud, y la Coordinadora de Médicos Internos y Residentes (MIR) que convoca huelga el 1 de julio para denunciar su escandalosa precariedad laboral.
El silencio enrarecido del confinamiento, el miedo al futuro agigantado por el aislamiento y la losa del control social y policial de la cuarentena han saltado por los aires de esta tarde del comienzo del verano. Los ha roto un sentimiento de solidaridad esencial que se nutre de la pluralidad ideológica, construido por gentes conscientes de que el fortalecimiento de la unidad requiere de flexibilidad e inteligencia, pero también de que el requisito indispensable para enfrentarse a una batalla es saber definir con la mayor claridad posible a tu enemigo. En definitiva, algo tan imprescindible como la independencia de clase.
La batalla no ha hecho más que empezar, pero aunque nos asombre a quienes estamos acostumbrados a enfrentarnos a tantas dificultades, es bueno saber que lo ha hecho de la mejor forma posible.
Madrid, 20 de junio: Nunca más muertos evitables, Nunca más negocio con la sanidad.