Dentro de la serie de textos que publicamos los días 8 de cada mes sobre temática feminista, esta vez recogemos el testimonio de una compañera de CNT Comarcal Sur.
En apenas unos años de vida laboral –como para toda mi generación, ni mucho menos continuada– he sufrido las distintas caras que el machismo en la empresa puede adoptar: desde la más evidente y soez, hasta la más sutil e invisible para la mayoría social sin concienciación feminista.
No pretendo contar nada más que una serie de experiencias que conforman mi historia con el machismo en el trabajo. Una más de las millones de historias que las mujeres podríamos escribir sobre el machismo y la misógina que tenemos que soportar todos los días en nuestros puestos de trabajo y que necesitarían del Amazonas completo para poder imprimirse. Hoy dejaré a un lado la brecha salarial, el techo de cristal, las sexistas entrevistas de trabajo o las precarias condiciones de los trabajos feminizados para simple dar un testimonio de lo que muchos –muchísimos– se empeñan en negar o ridiculizar.
#TrabajandoComoMujerMePasa, en mis etapas de camarera, que sufro el acoso continuo de la clientela. Miradas lascivas, llamadas de atención solo para ‘flirtear’ contigo, la ya clásica pregunta de “¿Estás casada?”, insinuaciones –o mas bien insolencias– sobre mi físico o edad, y todo tipo de comentarios sexuales gratuitos por el mero hecho de estar en mi puesto de trabajo, de pasar por allí, por el mero hecho, en realidad, de ser mujer.
La mercantilización de la mujer camarera es una realidad tan plausible que pocos se atreven a negarla, aunque sí se empeñan en ridiculizarla con aquello de “son solo piropos” o “deberías estar contenta por lo que te dicen”. Sin embargo, ese machismo que sufría a diario no era el que más me afectaba. Porque, aunque no se pueda decir muy alto, el gremio hostelero, sus trabajadores y encargados –cocineros, camareros, jefes de sala, responsables últimos…– perpetuán y fomentan ese machismo. Para ellos las camareras son también, al igual que para la clientela, un “juguete” con el que entretenerse, y dentro de ese juego, en el que ellos tienen una posición de superioridad –también como el cliente–, es muy frecuente que te vacilen cuando tienes que solicitarles algo tratándote como a una niña, que comenten, a escasos metros detrás de ti, cómo de buena estáis tú o tu compañera, que ridiculicen tu trabajo. Porque sí, porque cualquiera puede vacilarte sin ningún reparo porque está en un nivel superior al tuyo. O eso le han enseñado. Y ese nivel no es otro que su simple género.
Mención aparte merecen algunos de esos jefes de sala. Jefes que están 8 horas al día hablando de sexo entre ellos, contigo delante, y que cada día hacen todo tipo de comentarios sexuales sobre ti. Y repito, son los jefes, los que marcan ritmos, pautas y ambiente de trabajo, los que marcan los límites al resto de trabajadores. Más horrible es el punto en que esos comentarios de los jefes de sala se realizan delante de la maitre, su superior, y, para espanto de todas, ella responde con sonrisas y complicidades.
#TrabajandoComoMujerMePasa que, cuando por fin conseguí trabajo de lo que había estudiado –con mi mesa, mi ordenador y mi silla para mi regocijo–, topo con una nueva cara del machismo incluso peor que la que ya había sufrido: la completa invisibilización de mi persona y trabajo. Llegó a tal punto ese desprecio y humillación hacia mi labor, que me negué todo un día a trabajar.
(Para que entendáis un poco la situación, la explico: organizamos dos compañeros y yo un gran evento en Barcelona al que todos acudíamos –también los jefazos– y para el que todos ya teníamos billetes de tren desde Madrid y reserva de hotel, hasta que la Dirección entendió que yo me podía quedar en Madrid porque no hacía falta mi trabajo. ‘El día de’ resultó que mi trabajo sí era necesario y me llamaron pretendiendo que lo realizase conectada al streaming del acto, después de que todos ellos pasasen la noche anterior de copas la mar de a gusto entre compadreos y testosterona -algunos terminaron en un puticlub-. Me negué).
Después de ese glorioso día –nótese la ironía– mi jefe directo, el coordinador, estuvo dos semanas evitándome: pasaba de él en las reuniones y no me llamaba la atención; estaba especialmente simpático conmigo –y yo lo contrario–, desde un tono paternalista, claro, y me daba todo el espacio del mundo sin apenas controlar mi trabajo, tal y como le correspondería. Llegado ese punto le llamé y le dije que teníamos que solucionar el problema que había surgido después del evento en Barcelona. Su respuesta: “No era por machismo” y “Tienes que hacerte cargo de tus reacciones”. Es decir, todo lo que dices es mentira y por favor, mujer, no seas histérica y pórtate bien.
El machismo diario en el puesto de trabajo no siempre es fácil de detectar. Por eso me he animado a escribir este pequeño texto y animo a todas las mujeres a hacer lo mismo. Hablemos en voz alta de estas situaciones para aprender a detectar los machismos diarios que sufrimos trabajando y poder así combatirlos juntas.