Estamos en un momento histórico donde el liberalismo económico nos hace únicos, increíbles, cada uno es el mejor, no mires hacia los lados y consigue tus metas… tu puedes… no pagues algo a alguien (por ejemplo la sanidad), si tú te lo has ganado, que lo hagan los demás también; triunfa, gana, da igual si pisas el cuello a tu hermano, amigo o compañero…
Quieren eliminar nuestro sentido de la pertenencia a la clase asalariada, y convertirnos en máquinas de producción y consumición.
La gran tragedia consiste en cómo el trabajador compra este discurso, sin darse cuenta que es mentira que con 50 euros al mes pueda tener una sanidad más allá de un empaste mal puesto. Que lo hacen para eliminar el sentido de pertenencia a la clase asalariada, y convertirnos en máquinas de producción y de consumición. Es decir, máquinas generadoras de plusvalías. Todo esto se puede extender al cualquier campo económico, desde la vivienda a la educación.
La mercantilización de la salud, de la educación… pasan a un segundo plano en nuestras conciencias por el sacrosanto individualismo que nos han metido en la cabeza. Juegan y negocian con nuestras necesidades básicas, con lo más sagrado que tenemos: la salud. Y seguimos siendo “ayusitos”, viviendo en un mundo ficticio que solo existe en nuestras mentes, porque ellos son conscientes que no es real. Sin embargo, nosotros nos lo creemos como un niño el cuento de Peter Pan.
Pero de una forma científica, analicemos uno de los porqués de nuestra alienación, del sentido de la mercancía. La cual, mediante la humanización, hace que sea algo para lo que nacemos y vivimos: para poseerla y olvidarnos de lo demás. Uno de los engaños que encierra es desclasarnos, para que no nos demos cuenta en el mundo en el que vivimos, presentándonos la mercancía como algo con poderes mágicos, solo al alcance de los mejores. Es decir: de nosotros; y para la cual solo podremos acceder nosotros. No podemos ser solidarios (impuestos) y que otros tengan esa mercancía porque nos la hemos sudado, está hecha para nosotros, lleva nuestro nombre… (Incluida la mercancía sanitaria).
La realización de la libertad del individuo, sólo puede darse en un contexto social donde impere la justicia, entendida aquí como la reciprocidad en las relaciones sociales. En esta última expresión, las relaciones de explotación que caracterizan esta sociedad no permiten que ese proceso de humanización a través del trabajo se realice tal lo presentado. Por el contrario, en este contexto de relaciones económicas de producción, donde algunos individuos dominan a otros; los hombres y mujeres sólo exteriorizan su esencia en el trabajo. En otras palabras, hay un primer momento que es “en sí” y luego por la objetivación de su producto se convierte en un “fuera de sí”. Es aquí donde este producto externo es apropiado por un otro que no es él. Con lo cual el individuo no puede convertirlo en un “para sí”. El hombre es despojado de su humanidad en el momento mismo en el que no se reencuentra con su propio producto. Hay una pérdida de objeto, es lo que se denomina “extrañamiento”, situación en la que el individuo se siente ajeno al objeto producido por el mismo.
Esta separación del producto que le otorgaría humanidad al individuo se la conoce como alienación. Es ahí donde aparece el atontamiento general del obrero, donde se convierte en mosquito delante de la luz que es la mercancía. Y donde él se individualiza, creyéndose más fuerte y denostando entre otras los impuestos, lo cual es la herramienta de redistribución de la riqueza pero hace el juego al capitalista, que es quien la teme, ya que él es que realmente devolvería al pueblo lo robado mediante la generación de la plusvalía. Pero, claro, el obrerito que se ha creído el cuento del individualismo capitalista, se opondrá a los impuestos porque claro, “no va a pagar con su sudor a otro la sanidad o la educación (mercancías ahora)”, dando así la fuerza política al capitalista para desmontar el sistema de imposición directa redistributiva.
El obrero que se ha creído el cuento del individualismo capitalista se opondrá a los impuestos. Claro, “no va a pagar con su sudor a otro la sanidad o la educación”, ahora mercancías.
Juegos maravillosos que nos harán emperadores del universo o campeones de Europa de futbol, televisiones que nos cambiarán la vida, que nos transportarán a no sé qué millones de mundos haciendo que cientos de princesas caigan a nuestros pies de forma lasciva, seguros de salud que nos harán sacar pecho delante de nuestros familiares en una cena de navidad (eso sí, si la cosa va mal a la pública)… Y así una interminable lista de mercancías humanizadas, a las cuales solo podremos acceder nosotros, solo nosotros, están hechas para nosotros, el último ibérico o el número uno del universo. O para el que parte la pana en cualquier sitio, para cualquiera de nosotros, cuñados de sobremesa.
Que gran mentira nos hacen vivir, en una burbuja irreal. Pero satisface, aunque sea solo de forma metafórica, nuestros deseos más ocultos (o no tanto). Nuestras ansias de poder, aunque sea solo de manera temporal y ficticia. Todo nos hace sentirnos seguros, bien… como la bandera en el balcón, que asustó en su momento al virus comunista del covid… gran acierto cuñado/científico. Y ahora sacándola para apoyar a quien saca el dinero ganado por los trabajadores a paraísos fiscales, olvidándonos de lo que realmente nos importa y es ahí donde quiero ir a parar, lo que voy a tratar hoy: los impuestos directos, esos mismos que vocean patria, más patria y vuelta con la puñ…. patria y están en contra de esos impuestos; pero que nosotros, clase trabajadora alienada y acuñizada, les apoyamos porque pensamos que eso agrandará nuestras nóminas. Pensando que cada uno se pague lo suyo… gran mentira.
Les hacemos el juego a los ondeadores de mantelería diversa, olvidándonos que esa riqueza que ellos amasan sale de nuestras manos, de nuestros cerebros. Que el dinero no copula, que es nuestra fuerza de trabajo las que les crea “su” dinero y, querido obrero despistado, ¿qué forma tenemos ahora, de que parte de esa riqueza vuelva a nosotros? Pues a través de los impuestos directos, aquellos que hacen que el que más tiene pague más. No es una cuestión de ser Roobin Hood, es cuestión de justicia social.
Que una parte de lo que hemos sudado vuelva a nosotros y no se quede en los bolsillos de esos ociosos, manipuladores y vampiros económicos que son los capitalistas (y además de bandera en balcón). ¿Qué te parecería saber que ellos en el futuro podrán ser los únicos con asistencia sanitaria? Pues sí: no querías ser solidario, y vas y pagarás la sanidad con tu sudor al capitalista que te explota.
Él podrá pagarse los mejores médicos, tratamientos, etc. a costa tuya, Superman del universo (El pana cuñado, etc.). Pero no solo eso: educación, vivienda… Y no es algo que pueda pasar, es algo que la historia nos recuerda que ya se ha producido y que actualmente pasa en EEUU, Corea del Sur, Japón, etc.
Párate, piensa, analiza tu entorno y mira si no prefieres impuestos altos que te devuelvan una parte de lo que has sudado en atención sanitaria, vivienda digna, infraestructuras de calidad, educación igualitaria y de calidad para tus hijos.
Si no cambias la actual dinámica, el acceso a los servicios solo los tendrá el que paga el producto. Pero piensa quien lo podrá pagar y a costa de quien.
Sección de Informática